Soy un verano que se está yendo

“¡Ah del verano…! ¿Nadie me responde? / Soy un fue, y un será, y un verano pasado”. Llega hasta mis oídos el sonido lejano de los huesos de Quevedo retorciéndose en su tumba de la iglesia de San Andrés de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). No hablo del autor del éxito del verano pasado, Quédate, que también se llama Quevedo, pero no lleva -la vida son matices y este es importante- casi 400 años enterrado.

Que uno de los mejores poetas de la historia de la literatura universal, el autor de los más bellos poemas de amor jamás escritos (“su cuerpo dejará, no su cuidado / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”) vea cómo un mindundi como yo le estropea uno de sus grandes sonetos sólo tiene un propósito: conseguir que me escriba un poema satírico la mitad de bueno de los que le dedicaba a Góngora. Deseos de cosas imposibles, creo que La Oreja de Van Gogh tituló así una muy buena canción.

La lluvia de septiembre, la luz apagada que entra en mi habitación mientras se cuela por la ventana el mar cabreado porque esto se acaba ya y el viento sin perfume de mujer y sin olor a crema solar ni a sal en mi piel, es demasiado cruel: soy un verano que se está yendo. Como se fue aquella chica de la playa, Paula, que no veré jamás, como se fueron las verbenas hasta las tantas en los pueblos de mar, como se fueron los amaneceres y los atardeceres…

En el verano todo es más, mucho más.  Si en invierno te enamoras, pongamos, por ejemplo, lo normal, unas siete veces al día, en verano te enamoras unas diecisiete veces; si en invierno te acuestas a las diez, llega el verano y te dice: hoy te tomas el Martini a las diez y después cenas; si en invierno te bebes una copa de vino, el verano sube la apuesta: ponga una botella, por favor, que para eso soy el verano.

El verano siempre despierta en ti aquello que duerme escondido en el invierno. No quiere salir porque hace frío y no hay una chimenea encendida, pero está ahí, agazapado, aguardando el sol de julio que dore tu piel, que te haga sentir una persona en medio de esta jauría humana y que brille lo suficientemente fuerte como para ser valiente hasta encontrar la palabra exacta para la mujer exacta.

Lo bueno del verano es que siempre hay otros veranos. ¿Lo mejor? Lo mejor del verano es que es efímero, como la felicidad. La felicidad es un sí cuando creías que te iban a decir que no, una noche de agosto en el mar iluminado por la luna llena y por ella. La felicidad es saberse mortal y que un día habrá que recoger la toalla y la crema solar porque somos las huellas de la arena que el mar se encarga de borrar.

Llega hasta mis oídos el sonido lejano de la música de la casa de al lado: “Quédate. Que las noches sin ti duelen / Que ya no quiero nada / Que no sea contigo”. Se va el verano, pero nos queda Quevedo, el mismo que tiene 21 años y no lleva 400 años enterrado. Verano, quédate un poco más, que ya no quiero nada que no sea contigo.

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