Existen muchas formas de llegar a Agua Amarga: la buena, la mala y la única válida. Confieso ser un fiel seguidor de la única válida. De forma que se ha convertido ya en un rito ineludible subir el volumen del reproductor de música del coche mientras vislumbro el otrora pequeño pueblo pesquero del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar hoy convertido en uno de los enclaves turísticos más conocidos de Almería que asombra al mundo entero por la belleza de sus casas blancas adornadas de buganvillas junto a playas y calas hermosas. La canción elegida no puede ser otra: Agua Amarga, compuesta por José González Grano de Oro, el alma mater del grupo almeriense -de Cuevas del Almanzora- Los Puntos.
Mientras suena este bello tema (“dame un poquito más. Dame de beber, un poco más de ti…”) me afano y me entrego al bello arte del cante creyéndome Pavarotti en La Scala de Milán. Y repito, una y otra vez, con auténtica devoción, mientras fijo la mirada en el Mar Mediterráneo, eso de “déjame calmar mi sed. Oh, déjame. Dame de tu agua, dame, dame más, Agua Amarga…”.
El aire del Mare Nostrum me invita a abrir las ventanillas de mi coche. Como un niño asombrado y absorto por todo lo que descubre por vez primera, mi mirada queda deslumbrada ante esta luz tan especial que irradia Almería. Es la luz más alegre que yo he conocido. Jesús de Perceval y todos los pintores que le siguieron en el «Movimiento Indaliano» la inmortalizaron con sus lienzos y nadie, jamás, les ha superado.
Atravesar las calles de Agua Amarga con casas encaladas de blanco y puertas y ventanas vestidas de azul cuando el galán de noche y el jazmín perfuman sus noches de verano, es otro rito que jamás dejo escapar. Y, como no sólo de belleza vive el hombre, comer en el bar “La Plaza” es de obligado cumplimiento. Ir con Cristina es sinónimo de no reservar. Ella se encarga de decirle a Pedro, el dueño, que estamos allí y él nos acoge en su casa con una exquisita amabilidad peregrina. Barra de chapa, mesa alta, cerveza, vino blanco, gambas de garrucha y María, Diego, Pedro, Javi, Kiko… brindando al unísono: “¡Qué viva Almería y la madre que nos parió!”
La playa de Agua Amarga (nombre que proviene del árabe Al-hawan, que significa localización de agua) es pequeña, coqueta y nada ostentosa. Cuenta con dos de las mejores calas de Cabo de Gata, la del Plomo y la de Enmedio, y continuamente te incita a adentrarte en sus aguas. Son las mismas aguas a las que siglos atrás llegaban quienes soñaban con veranos eternos y anhelaban momentos abundantes de alegría, luz y buena compañía. Pero también ellos, un día, como Gil de Biedma, descubrieron “que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde:/ (…) Pero ha pasado el tiempo/ y la verdad desagradable asoma:/ envejecer, morir,/ es el único argumento de la obra.”
Sé bien que llegará ese único argumento de la obra. La vida se reduce a eso. Mientras tanto, no me resisto a seguir disfrutando del estío en Agua Amarga. No quiero ser marinero en tierra sino brisa marina que recorre el agua salada. Marinero de muchas batallas ganadas y una sola perdida: la de dejarme llevar por los cantos de sirena con piel morena y ojos verdes. Mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía, que escribió Bécquer.
El sol se ha puesto en Agua Amarga. Me recuerda que la felicidad es efímera. Vuelvo a bajar las ventanillas de mi coche. La felicidad tiene nombre de canción: suena Agua Amarga.
(Deja que me acerque a ti, mírame sediento, sabes que no miento… Déjame un poco más, deja mi sed saciar. Dame de tu agua. Dame, dame más, Agua Agamarga….
Agua Amarga es amarte sin techo, es quererte sin tener derecho, perdido tras tu mirada, pero quiero más, Agua Amarga. Dame, dame más, Agua Amarga…”).

