Siempre he sentido una gran admiración por los hombres extraordinarios. Aquellos que brillan por su inteligencia, valentía, oratoria, arte, literatura o espiritualidad. Muy especialmente los que, pese a las derrotas, han seguido luchando y jamás se han dado por vencidos.
La vida es demasiado corta como para malgastarla haciendo lo mismo que todo el mundo. Me aburren las vidas grises y monótonas. Confieso que tienen una utilidad: la de reafirmarme en que por ahí no se va a ningún lado.
Decía Kennedy que “el conformismo es la jaula de la libertad”. El conformismo, esto lo añado yo, es la jaula de los sueños. Todos tenemos sueños, anhelos que cumplir. La diferencia es que hay hombres que se caen, se vuelven a caer, llegan a lo más hondo y se quedan ahí y, hay otros, que tras llegar a lo más bajo continúan luchando y soñando. Sí, tienen fracasos, como los tienes tú y yo, pero siguen luchando. El fracaso no les detiene.
Cuando a un brillante abogado metido en política le condenan a cadena perpetua el 12 de junio de 1968, no es descabellado imaginar que su vida acabaría ahí. Justo antes de que los jueces emitiesen su veredicto, con voz pausada y tranquila pero firme, ese abogado de apenas 46 años se dirigió a ellos así: “He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He albergado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas convivan en armonía e igualdad de oportunidades. Es un ideal que espero alcanzar en vida. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto morir». Logró salir de la cárcel tras 27 años encerrado y fue nombrado, con 76, presidente de su país. Se llamaba Nelson Mandela.
Un hombre se convierte en aquello en que cree, pues su carácter es su destino. Adolfo Suárez firmaba libros a sus compañeros de la facultad “con el afecto de su presidente”. Instalado ya en La Moncloa, seguramente recordaría su dura etapa recién llegado a Madrid. Sin nadie, sin apenas dinero y sin familia, cuenta cómo golpeaba con el tacón de sus zapatos el suelo para sentir que había alguien en su triste piso. Sólo quien ha sufrido, puede desempeñar cargos de responsabilidad tan importantes. Llegarán momentos dificilísimos en que todo un país depende de tu decisión, pero si lo has pasado mal, si a pesar de ello has confiado en ti cuando nadie lo hacía y sabes que eso forma parte de tu destino, no temerás ningún momento por muy complicado que se presente. Que se lo digan a Churchill. “Me dio la impresión de que caminaba con el destino y de que toda mi vida anterior no había sido más que una preparación para ese momento y ese desafío”; así recibió, cumplidos ya los 65 años, su nombramiento de primer ministro de Gran Bretaña. Su desafío: luchar sólo frente a la Alemania nazi y ganar una guerra en la que no se dirimía otra cosa más que la supervivencia del mundo frente a la barbarie más execrable.
Winston Churchill fracasó muchas veces en su larga vida política, como en Dardanelos, pero eso no le impidió aprender de los errores y tener una gran confianza en sí mismo. Era un brillante escritor y orador con una memoria privilegiada que dedicaba horas a la redacción de los grandes discursos que tan hondo calarían en la población británica en esa época oscura con su voz cálida y potente. Su ritmo de trabajo en una persona de su edad y la energía que desprendía sorprendían a sus colaboradores más cercanos.
Trabajo, mucho trabajo. Esa es otra de las características de los hombres extraordinarios. Napoleón eligió como emblema de su imperio a las abejas, que trabajan para la abeja reina como un verdadero equipo. El emperador francés podía pasar hasta 18 horas en su despacho. Cuando se encontraba en plena campaña por algún país europeo, se tendía en el suelo a dormir una hora y seguía conquistando. “Quien nada arriesga, nada gana. De lo sublime a lo ridículo no hay sino un paso”, comentó en cierta ocasión durante su campaña en Rusia el admirador de Alejandro Magno, a quien quiso emular durante su viaje a Egipto.
Cuando, siendo un niño, Alejandro Magno logró domar a Bucéfalo, un caballo que no se dejaba domar por nadie, su padre le advirtió: “Búscate otro reino, hijo, pues Macedona no es lo suficiente grande para ti”. El resto es historia.
Cuentan que Julio César, al comprobar que con su misma edad Alejandro Magno había conquistado el mundo, se echó a llorar. Confieso que yo no me echaré a llorar, pero lo cierto es que con mi edad Alejandro Magno había conquistado el mundo conocido, Napoleón era emperador y Churchill ya era ministro. Quien nada arriesga, nada gana.






