Gregorio Ordóñez, un mártir de nuestra libertad

El 23 de enero de 1995, un día como el de hoy, pero hace justo 28 años, el cielo gris y las gotas de agua que caían sobre la ciudad de San Sebastián parecían ya presagiar el terrible suceso que se iba a producir. La lluvia de la bella ciudad donostiarra de aquel día estaba formada por las lágrimas de tantos y tantos ciudadanos impactados por el asesinato de un hombre de tan sólo 36 años que luchó por la libertad con un gran arrojo sin dejarse amedrentar por la organización terrorista ETA.

Gregorio Ordóñez, nacido en Caracas el 21 de julio de 1958 debido al exilio de su familia a causa de la guerra civil, teniente de alcalde de San Sebastián, diputado en el Parlamento Vasco y presidente del PP de Guipúzcoa, se dirigió ese fatídico día a comer con dos de sus colaboradores —María San Gil y Enrique Villar— al bar “La Cepa”, situado en la Parte Vieja de San Sebastián. Un encapuchado de ETA entró en el bar y, tras encaminarse a la mesa en la que se encontraba el que iba a ser, según todos los sondeos, el próximo alcalde de la Bella Easo, se situó a su espalda y le disparó un tiro en la nuca. Una vez más ETA demostró lo único que ha sabido hacer siempre: asesinar vilmente e intentar instaurar el miedo en la sociedad española para conseguir su proyecto totalitario, nacionalista y excluyente.

Goyo’, como le llamaban cariñosamente sus familiares y amigos más cercanos, se involucró en política con tan sólo 24 años —concretamente en el año 81, y hay que recordar que los años 80 fueron durísimos con multitud de atentados, los “años de plomo”— porque creía firmemente en la libertad y quería vivir en paz y en libertad en su tierra: el País Vasco. Como él mismo dijo, se metió en política porque «yo soy una persona que durante años ha querido a su tierra y no pudo más, de ver tanto atentado, […] tanto fanatismo, de quienes disparan y de quienes apuntan, y llega un día y dices ‘basta ya’».

La muerte de Gregorio Ordóñez, y, sobre todo, su impagable labor en defensa de la libertad y la democracia frente al totalitarismo y la intolerancia han de ser el espejo en el que nos hemos de mirar las generaciones más jóvenes. ‘Goyo’ representó mejor que nadie que cuando uno cree en unos valores como la libertad y la igualdad y los defiende con valentía y honestidad, la política se convierte en el más noble arte para ayudar a los ciudadanos y transformar la sociedad.

Aquel 23 de enero murió Gregorio Ordóñez, pero nunca murió, ni morirá jamás, su recuerdo —y junto a él el recuerdo de las casi 900 víctimas de ETA—, su gran lección: la de un luchador incansable con arrojo, fuerza y tesón por la libertad y la dignidad del ser humano.  

En esa labor de recordar la vida y obra de este gran hombre, su viuda Ana Iríbar, su hijo —que tan sólo tenía 14 meses cuando asesinaron a su padre—, la Fundación que lleva su nombre y Consuelo Ordóñez, actual portavoz de COVITE y hermana de Gregorio Ordóñez, organizaron hace tres años una exposición con motivo del veinticinco aniversario de su muerte: «Gregorio Ordóñez. La vida posible».

Tras su paso por San Sebastián también se pudo ver en Madrid y en el Parlamento Europeo. Impresiona, de entre los muchos artículos de aquella exposición, ver el maletín donde se encontraba la cartera que llevaba Gregorio Ordóñez el mismo día de su asesinato, con una preciosa foto de su mujer y de su hijo pequeño. Me gustó especialmente el crucifijo metálico que tenía en su mesa de despacho y un viejo catecismo, así como una postal de San Francisco de Asís. También se exhibió la bala que dejaron los terroristas de ETA en su casillero de concejal del Ayuntamiento San Sebastián.

Cuando hoy los herederos de los ideólogos de ETA se sientan en el Congreso y pactan con el gobierno; cuando de forma impune se siguen haciendo homenajes a asesinos de ETA en las calles del País Vasco; cuando tras preguntarle a un joven de 20 años te contesta que no sabe ni ha oído hablar nunca de Gregorio Ordóñez, se hace más necesario que nunca avivar la memoria de la figura de este hombre valiente, comprometido y honesto.

«Goyo» es un ejemplo para millones de españoles por su lucha por la libertad. Millones de españoles que siempre le recordaremos porque nunca, absolutamente nunca, ni queremos ni permitiremos olvidar lo inolvidable. Cuántos como Gregorio Ordóñez necesitamos ahora, personas que, como él, se atrevan a defender sin complejos aquello en lo que creen; personas que sean ellos mismos y no lo que los demás quieran que sean. No hay peor cosa en la vida que engañarse a uno mismo, porque entonces te engañas a ti y a los demás también.

Gregorio Ordoñez es un mártir de nuestra libertad. Gracias por tanto, «Goyo».

Ahora, él pertenece a la eternidad.

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