Escribió Dostoyevski, en una frase archiconocida de su libro El idiota, que la belleza salvará al mundo. No seré yo quien contradiga al genial escritor ruso. La belleza me salva de este mundo. Me salva de tanta oscuridad. De tanta vileza.
Vivimos rodeados de belleza; la belleza nos persigue. La belleza nos atrapa. La belleza está ahí. Siempre hay una mujer, un cuadro, una película, una canción o un poema dispuestos a recordarnos qué es la belleza. Cuentan que Dostoyevski escribió El idiota tras quedar extasiado al contemplar uno de los cuadros que se exponen en el museo de Basilea: Cristo muerto, de Hans Holbein, pintado en 1522. Su segunda esposa, Anna Grigorievna, relata cómo el gran escritor estuvo plantado durante al menos 20 minutos delante del lienzo con su mirada fija en una imagen que muestra toda la crudeza y el sufrimiento que padeció Cristo. Tal era la expresión de horror de la cara de Fiódor Dostoyevski, que su mujer temió que su marido iba a sufrir, una vez más, un episodio de epilepsia.
Hay episodios que, por su belleza, nos dejan marcados para siempre. La felicidad es efímera, como efímero es el momento en que sentimos la belleza. Quizá en eso consista uno de los misterios de la vida: en saborear poco y algunas veces la belleza. Parece que todo estuviera hecho a propósito, como si la vida nos dijese: “no te acostumbres, disfruta de este momento ahora porque mañana puede que no existas”.
Vivimos obsesionados por el futuro. El futuro nos ahoga, cuando lo único cierto es que sólo tenemos un aquí y un ahora para ser felices. Un aquí y un ahora para la belleza.
Cuando contemplo la belleza de un patio de flores, cuando siento la inmensidad del mar con su belleza innata o cuando miro embelesado a una mujer bella –sí, tenía razón ese que dijo que Dios creó a la mujer y esa fue su obra más bella -, puedo afirmar con rotundidad que la belleza traspasa la epidermis y directamente se acomoda en mi alma. Siempre que vivo un momento así se me olvida toda mezquindad, toda hipocresía, toda mediocridad. Entonces sólo disfruto, me dejo llevar y nada me importa más que la belleza. En un mundo en el que la hipocresía somos nosotros; en un mundo en el que la mediocridad lleva nuestra firma, sólo nos queda un consuelo: admirar y sentir, viva y fielmente, la belleza que nos rodea.
Se puede morir de amor, como canta Pavarotti en la famosa ópera El elixir de amor. También se puede morir de belleza. Puestos a morir, yo elijo morir de amor y de belleza. Porque vivir sin amor y sin belleza, no es vivir. Belleza, ¡ven siempre a mí y no me abandones jamás!
