«Europa se hizo peregrinando a Compostela”. Cuando tan sólo quedan unos metros para cruzar el arco que da acceso a la plaza del Obradoiro y contemplar la belleza de la Catedral de Santiago de Compostela, esta frase, inscrita en el suelo en varios idiomas, hace que el peregrino se detenga.
Como el agua que socorre al sediento, con el cansancio ya patente de todo lo caminado, pero con el infinito deseo de llegar, estas palabras acuden en tu ayuda. Te golpean fuerte y te imploran: ¿Qué es el camino?
El Camino es la emoción que uno siente bajando las escaleras del arco de Xelmírez acompañado del sonido de las gaitas mezclado con los aplausos de las demás personas que llegan junto a ti. El Camino es el esplendor de la plaza del Obradoiro rebosante de peregrinos. El Camino, cómo no, es la grandiosidad de la Catedral de Santiago, la misma que tiene 800 años de historia y que aguarda en su interior los restos del apóstol Santiago.
El aeropuerto de Santiago de Compostela nos daba la bienvenida a eso de las tres y media de la tarde del domingo 16 de julio. Los 20 grados con que nos recibió Santiago auguraban ya un gran viaje que jamás olvidaré. Sarria era nuestra primera parada y, tras dejar nuestras maletas en Casa da Marquesa, cumplimos con el primer mandamiento de todo buen peregrino que se precie: pedir tres Estrella Galicia en la terraza de un bar en pleno casco histórico. Después de deleitarnos con su iglesia y varios monumentos, otra terraza nos esperaba al lado del río mientras Alcaraz le ganaba a Djokovic y nos daba otra lección: si uno cree, se puede; y si no se puede, se lucha hasta el final.
Confieso que dormir a 10 grados mientras tienes enfrente uno de los balcones más bonitos que he visto nunca no es una mala forma de comenzar el Camino. Junto con mis amigos Pedro y Diego, después del desayuno de rigor, empezamos a caminar. La emoción del primer día, la adrenalina y tu mente caminan más rápido que tus piernas. En un cementerio pequeño, encontramos una maravillosa capilla de piedra. La Galicia mágica no defrauda. 22 kilómetros y ya estamos en Portomarín.
Portomarín tiene una de las iglesias románicas más bonitas de Galicia. Es sumamente emocionante escuchar misa en un lugar en el que hace ocho siglos alguien como tú también lo hacía. Portomarín es el realismo mágico, Borges, los gin tonics de por la tarde, Burdeos, el País Vasco, nuestras amigas Reme y Mari Feli, Sevilla y su color especial. Portomarín es el susto que te dan tus amigos, las vistas al Río Miño desde tu habitación y la emoción del niño pequeño que mira con asombro todo cuanto descubre por primera vez.
Un Camino sin niebla ni patiñeira, esa agua fina y persistente típica de allí, no es un Camino y por eso se unen a nosotros durante el inicio de la segunda etapa. Nos espera Palas de Rei a 26 kilómetros. “Viva Almería” mientras todos duermen, la plaza en la que hay concierto y a la que no vas porque quieres descansar (todo el mundo se equivoca algún día), el sacerdote con mucho sentido del humor de la misa o ese bello atardecer que tienes la suerte de inhalar son sinónimos de Palas de Rei.
Arzúa, nuestra siguiente estación, sólo está a 30 kilómetros. Mientras uno camina, esa pregunta le persigue, le atrapa y no le deja en paz: ¿Qué es el Camino?
El Camino es esa chica de Pontevedra con acento marcado y con la que empiezas hablar de su perra Niza. Como esperas verla en las siguientes etapas, no le pides el número de teléfono y luego te quedas sin verla más, sin número de teléfono y con otra lección aprendida: los números se piden la primera vez o no se piden.
Yo, que me iba a hacer gallego, a pasar veranos a 14 grados y a comer empanada, ahora de gallego sólo me quedan la mourriña y la saudade de la sonrisa suave y los ollos bonitos de esa chica a la que no le pedí el número.
Lo mejor de Arzúa es el río Iso a la entrada del pueblo. Su agua helada te acoge y hace que te olvides del dolor de pies. Arzúa también es la queimada que pruebas por primera vez, la noche que te bebes una copa de más y el grito de meigas fóra.
O Camiño es O Pedrouzo: nuestra última parada hasta llegar a Santiago. O Camiño tiene el nombre de Bea y Sara, esas madrileñas a las que te encuentras el primer día, pero no empiezas a hablar con ellas hasta ahora. Son madrileñas internacionales, de las que hablan muy bien el inglés y te enseñan a pronunciar muy correctamente eso de Don’t disturb o contemplative. El Camino también tiene el nombre de O Acivro, del vino que te bebes en ese restaurante y esa sobremesa en la que el postre sólo son risas.
20 kilómetros más y estamos en Santiago de Compostela. Santiago son las lágrimas de emoción cuando escuchas misa en su Catedral y el abrazo con tus amigos cuando te despides de ella. Santiago es la verbena en la que bailas con tus madrileñas preferidas todas las canciones menos «La Ventanita del amor» porque no la ponen. Santiago es rúa dos Concheiros, el Momo, el Parador de los Reyes Católicos en el que te invitan a cenar; Santiago es la esperanza de volver algún día, la magia del momento y la lluvia del aeropuerto que te despide al coger el avión. Santiago es reafirmarte en que Dios te acompaña siempre y que Él es el Camino, la verdad y la vida.
¿Qué es el Camino? O Camiño é o momento (El Camino es el momento). Quien lo probó, lo sabe. Bo Camiño!

