En la derrota, desafío

Las elecciones del pasado 23 de julio lo han dejado claro: mientras el PP y VOX concurran en listas separadas, no hay nada que hacer. VOX se ha convertido, a día de hoy, en la mayor garantía para que Pedro Sánchez siga gobernando con los mismos socios con los que lo ha hecho hasta ahora: Bildu, la Esquerra, Puigdemont… Lo que se dice un gobierno brillante. Ni más ni menos.

Pedro Sánchez ha demostrado con creces y en sobradas ocasiones que tiene un proyecto muy claro: ser presidente del gobierno a toda costa. Es hábil e inteligente, juega muy bien sus cartas y resiste de manera excepcional en todos los frentes. Es un gran alumno de Maquiavelo al que le acompaña un físico que agrada, una verborrea insustancial pero muy efectista plagada de feminismo, socialismo y progresismo y una lección muy bien aprendida: PP y VOX son lo mismo. VOX es el fascismo, y el PP su socio. Ahí están los resultados: casi con toda seguridad y salvo sorpresa de última hora, será de nuevo presidente.

VOX, a pesar de esas declaraciones grandilocuentes, infantiles y lunáticas de muchos de los que forman parte del mismo, no es un partido fascista. Un mínimo de rigor histórico es suficiente para comprobarlo. Pero el mensaje llega; y llega muy bien.

La cuestión es sencilla y Pedro Sánchez lo sabe muy bien: si VOX y el PP siguen concurriendo a las elecciones por separado, aunque él no gane las elecciones seguirá siendo presidente. El PP no tiene alianzas suficientes y el PSOE sí. Da igual que esos socios sean los mismos que hayan dado un golpe de Estado en Cataluña o esos con los que él no podría dormir si fuese presidente. Da igual también que ese socio se llame Bildu-“Si estoy diciendo que con Bildu no vamos a pactar. Si quiere lo digo cinco veces o veinte en la entrevista”, Pedro Sánchez dixit-.

Si se da un golpe de Estado en Cataluña, nuestro presidente indulta a los golpistas. Si hay que derogar la sedición, nuestro presidente deroga la sedición. Si hay que conseguir el apoyo de Bildu a los presupuestos, nuestro presidente, a cambio, pacta una ley infame con Bildu de lo que llaman ellos memoria histórica. Al fin y al cabo, Pedro Sánchez nunca miente, él se limita a cambiar de opinión. Y cambiando y cambiando, que es gerundio, él sigue durmiendo en La Moncloa.

Con este panorama tan alentador, ver al PP celebrando en el balcón de Génova la “victoria” es demasiado ridículo. La política no es para niños, para eso están las guarderías. A la política se viene llorado de casa y no tratando a la ciudadanía como adolescentes.

Churchill se equivocó muchísimas veces a lo largo de su carrera política, pero en sus peores momentos el pueblo inglés confió en él porque, a pesar de eso, siempre defendió con ahínco aquello en lo que creyó y dijo la verdad. Claro que, para defender algo, hay que creer en ello y no limitarte a leer la partitura que un asesor de tu partido te ha entregado.

El PP tiene un problema: Vox es garantía de continuidad de Sánchez y éste lo sabe y lo va a explotar hasta sus últimas consecuencias. O nos ponemos a hacer política de verdad, o seguimos con juegos infantiles y tendremos muchos años más durmiendo a Pedro Sánchez en La Moncloa. Quien esté preparado, a dar la batalla; quien no, que se retire. Ese y no otro es el desafío tras la derrota.

Mi mundo es tu vestido azul

Confieso que siempre me ha acompañado la sensación de vivir en un mundo que no es el mío. Uno no elige cuándo nace, dónde nace ni cómo nace. Uno, sencillamente, nace. Entonces se pregunta: ¿qué hago yo aquí?

La vida de cualquier hombre es una vida intentando responder a esa pregunta.
¿Qué hago yo en un mundo en el que ya no se dice gracias, buenos días o por favor?
¿Qué hago yo en un mundo en el que sólo hay forofos alimentados por basura que te la sueltan a la cara sin ni siquiera escuchar?
¿Qué hago yo en un mundo de gimnasios llenos y bibliotecas vacías?
¿Qué hago yo en un mundo donde se castiga la inteligencia, prima la envidia y se premia al mediocre?
¿Qué hago yo en un mundo que se ha olvidado de Dios?
¿Qué hago aquí?

En ese momento me pongo a recordar otros mundos. Por ejemplo, el del siglo I, cuando un tribunal popular cometió la mayor de las atrocidades de la historia: la crucifixión y asesinato de Jesús de Nazaret. Qué peligroso ha sido siempre un pueblo alimentado de incultura y saciado de mentiras.

Un siglo antes, mi memoria se traslada a un episodio de la Roma imperial. Como si me colase por la ranura de una ventana, veo cómo los soldados de Marco Antonio sorprenden al mayor orador de la historia, Cicerón, mientras viajaba en su litera y lo asesinan. Después le cortan la cabeza y ese será el macabro premio del emperador. No me olvido de episodios recientes. Tan sólo hace 80 años que Hitler asesinaba en cámaras de gas a judíos, homosexuales o gitanos. Tan sólo hace 80 años que la humanidad estuvo a punto de perder ese nombre. No hace 80 años, sino ahora mismo, se sigue matando a quien profesa otra religión, la libertad es una palabra más olvidada del diccionario y el dinero lleva impreso el sello de la vulgaridad.

Hoy, sin embargo, te he visto a ti. Me has sonreído mientras me decías buenos días. Luego te he invitado a tomar café. Hemos hablado de poesía, de pintura, del último programa de cine de Garci y de tu vestido azul. Después, el mar me lo susurraba: bésala. Ya se lo dijo Bogart a Ingrid Bergman en Casablanca: «Los alemanes iban de gris y tú ibas vestida de azul». Frente a tanto gris de este mundo, tu vestido azul. Y, oye, lo he pensado mejor: con tu vestido azul tengo la sensación de vivir en un mundo que sí es el mío. Mi mundo es tu vestido azul. Esa es mi única certeza.

O Camiño

«Europa se hizo peregrinando a Compostela”. Cuando tan sólo quedan unos metros para cruzar el arco que da acceso a la plaza del Obradoiro y contemplar la belleza de la Catedral de Santiago de Compostela, esta frase, inscrita en el suelo en varios idiomas, hace que el peregrino se detenga.

Como el agua que socorre al sediento, con el cansancio ya patente de todo lo caminado, pero con el infinito deseo de llegar, estas palabras acuden en tu ayuda. Te golpean fuerte y te imploran: ¿Qué es el camino?

El Camino es la emoción que uno siente bajando las escaleras del arco de Xelmírez acompañado del sonido de las gaitas mezclado con los aplausos de las demás personas que llegan junto a ti. El Camino es el esplendor de la plaza del Obradoiro rebosante de peregrinos. El Camino, cómo no, es la grandiosidad de la Catedral de Santiago, la misma que tiene 800 años de historia y que aguarda en su interior los restos del apóstol Santiago.

El aeropuerto de Santiago de Compostela nos daba la bienvenida a eso de las tres y media de la tarde del domingo 16 de julio. Los 20 grados con que nos recibió Santiago auguraban ya un gran viaje que jamás olvidaré. Sarria era nuestra primera parada y, tras dejar nuestras maletas en Casa da Marquesa, cumplimos con el primer mandamiento de todo buen peregrino que se precie: pedir tres Estrella Galicia en la terraza de un bar en pleno casco histórico. Después de deleitarnos con su iglesia y varios monumentos, otra terraza nos esperaba al lado del río mientras Alcaraz le ganaba a Djokovic y nos daba otra lección: si uno cree, se puede; y si no se puede, se lucha hasta el final.

Confieso que dormir a 10 grados mientras tienes enfrente uno de los balcones más bonitos que he visto nunca no es una mala forma de comenzar el Camino. Junto con mis amigos Pedro y Diego, después del desayuno de rigor, empezamos a caminar. La emoción del primer día, la adrenalina y tu mente caminan más rápido que tus piernas. En un cementerio pequeño, encontramos una maravillosa capilla de piedra. La Galicia mágica no defrauda. 22 kilómetros y ya estamos en Portomarín.

Portomarín tiene una de las iglesias románicas más bonitas de Galicia. Es sumamente emocionante escuchar misa en un lugar en el que hace ocho siglos alguien como tú también lo hacía. Portomarín es el realismo mágico, Borges, los gin tonics de por la tarde, Burdeos, el País Vasco, nuestras amigas Reme y Mari Feli, Sevilla y su color especial. Portomarín es el susto que te dan tus amigos, las vistas al Río Miño desde tu habitación y la emoción del niño pequeño que mira con asombro todo cuanto descubre por primera vez.

Un Camino sin niebla ni patiñeira, esa agua fina y persistente típica de allí, no es un Camino y por eso se unen a nosotros durante el inicio de la segunda etapa. Nos espera Palas de Rei a 26 kilómetros. “Viva Almería” mientras todos duermen, la plaza en la que hay concierto y a la que no vas porque quieres descansar (todo el mundo se equivoca algún día), el sacerdote con mucho sentido del humor de la misa o ese bello atardecer que tienes la suerte de inhalar son sinónimos de Palas de Rei.

Arzúa, nuestra siguiente estación, sólo está a 30 kilómetros. Mientras uno camina, esa pregunta le persigue, le atrapa y no le deja en paz: ¿Qué es el Camino?

El Camino es esa chica de Pontevedra con acento marcado y con la que empiezas hablar de su perra Niza. Como esperas verla en las siguientes etapas, no le pides el número de teléfono y luego te quedas sin verla más, sin número de teléfono y con otra lección aprendida: los números se piden la primera vez o no se piden.

Yo, que me iba a hacer gallego, a pasar veranos a 14 grados y a comer empanada, ahora de gallego sólo me quedan la mourriña y la saudade de la sonrisa suave y los ollos bonitos de esa chica a la que no le pedí el número.

Lo mejor de Arzúa es el río Iso a la entrada del pueblo. Su agua helada te acoge y hace que te olvides del dolor de pies. Arzúa también es la queimada que pruebas por primera vez, la noche que te bebes una copa de más y el grito de meigas fóra.

O Camiño es O Pedrouzo: nuestra última parada hasta llegar a Santiago. O Camiño tiene el nombre de Bea y Sara, esas madrileñas a las que te encuentras el primer día, pero no empiezas a hablar con ellas hasta ahora. Son madrileñas internacionales, de las que hablan muy bien el inglés y te enseñan a pronunciar muy correctamente eso de Don’t disturb o contemplative. El Camino también tiene el nombre de O Acivro, del vino que te bebes en ese restaurante y esa sobremesa en la que el postre sólo son risas.

20 kilómetros más y estamos en Santiago de Compostela. Santiago son las lágrimas de emoción cuando escuchas misa en su Catedral y el abrazo con tus amigos cuando te despides de ella. Santiago es la verbena en la que bailas con tus madrileñas preferidas todas las canciones menos «La Ventanita del amor» porque no la ponen. Santiago es rúa dos Concheiros, el Momo, el Parador de los Reyes Católicos en el que te invitan a cenar; Santiago es la esperanza de volver algún día, la magia del momento y la lluvia del aeropuerto que te despide al coger el avión. Santiago es reafirmarte en que Dios te acompaña siempre y que Él es el Camino, la verdad y la vida.

¿Qué es el Camino? O Camiño é o momento (El Camino es el momento). Quien lo probó, lo sabe. Bo Camiño!

El destino de los hombres extraordinarios

Siempre he sentido una gran admiración por los hombres extraordinarios. Aquellos que brillan por su inteligencia, valentía, oratoria, arte, literatura o espiritualidad. Muy especialmente los que, pese a las derrotas, han seguido luchando y jamás se han dado por vencidos.

La vida es demasiado corta como para malgastarla haciendo lo mismo que todo el mundo. Me aburren las vidas grises y monótonas. Confieso que tienen una utilidad: la de reafirmarme en que por ahí no se va a ningún lado.

Decía Kennedy que “el conformismo es la jaula de la libertad”. El conformismo, esto lo añado yo, es la jaula de los sueños. Todos tenemos sueños, anhelos que cumplir.  La diferencia es que hay hombres que se caen, se vuelven a caer, llegan a lo más hondo y se quedan ahí y, hay otros, que tras llegar a lo más bajo continúan luchando y soñando. Sí, tienen fracasos, como los tienes tú y yo, pero siguen luchando. El fracaso no les detiene.

Cuando a un brillante abogado metido en política le condenan a cadena perpetua el 12 de junio de 1968, no es descabellado imaginar que su vida acabaría ahí. Justo antes de que los jueces emitiesen su veredicto, con voz pausada y tranquila pero firme, ese abogado de apenas 46 años se dirigió a ellos así: “He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He albergado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas convivan en armonía e igualdad de oportunidades. Es un ideal que espero alcanzar en vida. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto morir». Logró salir de la cárcel tras 27 años encerrado y fue nombrado, con 76, presidente de su país. Se llamaba Nelson Mandela.

Un hombre se convierte en aquello en que cree, pues su carácter es su destino. Adolfo Suárez firmaba libros a sus compañeros de la facultad “con el afecto de su presidente”. Instalado ya en La Moncloa, seguramente recordaría su dura etapa recién llegado a Madrid. Sin nadie, sin apenas dinero y sin familia, cuenta cómo golpeaba con el tacón de sus zapatos el suelo para sentir que había alguien en su triste piso. Sólo quien ha sufrido, puede desempeñar cargos de responsabilidad tan importantes. Llegarán momentos dificilísimos en que todo un país depende de tu decisión, pero si lo has pasado mal, si a pesar de ello has confiado en ti cuando nadie lo hacía y sabes que eso forma parte de tu destino, no temerás ningún momento por muy complicado que se presente. Que se lo digan a Churchill. “Me dio la impresión de que caminaba con el destino y de que toda mi vida anterior no había sido más que una preparación para ese momento y ese desafío”; así recibió, cumplidos ya los 65 años, su nombramiento de primer ministro de Gran Bretaña. Su desafío: luchar sólo frente a la Alemania nazi y ganar una guerra en la que no se dirimía otra cosa más que la supervivencia del mundo frente a la barbarie más execrable.

Winston Churchill fracasó muchas veces en su larga vida política, como en Dardanelos, pero eso no le impidió aprender de los errores y tener una gran confianza en sí mismo. Era un brillante escritor y orador con una memoria privilegiada que dedicaba horas a la redacción de los grandes discursos que tan hondo calarían en la población británica en esa época oscura con su voz cálida y potente. Su ritmo de trabajo en una persona de su edad y la energía que desprendía sorprendían a sus colaboradores más cercanos.

Trabajo, mucho trabajo. Esa es otra de las características de los hombres extraordinarios. Napoleón eligió como emblema de su imperio a las abejas, que trabajan para la abeja reina como un verdadero equipo. El emperador francés podía pasar hasta 18 horas en su despacho. Cuando se encontraba en plena campaña por algún país europeo, se tendía en el suelo a dormir una hora y seguía conquistando. “Quien nada arriesga, nada gana. De lo sublime a lo ridículo no hay sino un paso”, comentó en cierta ocasión durante su campaña en Rusia el admirador de Alejandro Magno, a quien quiso emular durante su viaje a Egipto.

Cuando, siendo un niño, Alejandro Magno logró domar a Bucéfalo, un caballo que no se dejaba domar por nadie, su padre le advirtió: “Búscate otro reino, hijo, pues Macedona no es lo suficiente grande para ti”. El resto es historia.

Cuentan que Julio César, al comprobar que con su misma edad Alejandro Magno había conquistado el mundo, se echó a llorar. Confieso que yo no me echaré a llorar, pero lo cierto es que con mi edad Alejandro Magno había conquistado el mundo conocido, Napoleón era emperador y Churchill ya era ministro. Quien nada arriesga, nada gana.

«El Malaguita» y la ofrenda de la viuda pobre

“El Malaguita” es un señor que vive en la calle. No tiene casa, tampoco coche y apenas se viste siempre con las mismas dos o tres prendas con las que sufre el frío y el calor. Sí tiene una mochila, unas cajas de cartón que le sirven de cama y, también de cartón, su tarjeta de visita en la que están inscritas las siguientes palabras: una ayuda para comer.

La primera vez que vi al “Malaguita” le invité a desayunar en la cafetería en cuyo portal ha montado su cuartel general. Ríete tú, luego, cuando llegas al despacho y estudias el concepto de domicilio y el de residencia en la jurisprudencia del Tribunal Supremo. Después de desayunar y hablar con él, le di algo de dinero. La segunda vez que lo vi, él me dio una lección: tras ayudarle, le dije si quería desayunar y me contestó que no porque ya lo había hecho.

¿Seguro?, le dije yo sin creérmelo… “Claro, no te voy a engañar encima de que me estás ayudando, hombre”.

“El Malaguita” es una de las muchas de las personas que no tienen nada; es una persona que los telediarios nos vomitan como una cifra más. Él es eso: una cifra, un pordiosero, alguien a quien ni miramos cuando pasamos, un sentenciado a muerte juzgado desde nuestra poltrona de la moralidad más asquerosa, hipócrita y repugnante de la que formamos parte. Nosotros, los que lo vemos a él como una cifra, los que ni siquiera le miramos cuando pasamos por su lado, nos atrevemos, encima, a juzgarlo. Poco nos pasa. “El Malaguita” es un espejo en el que se reflejan todas las vergüenzas de esta sociedad instalada en la más absoluta oscuridad, cobardía y comodidad.

Siempre que veo al “Malaguita” me acuerdo de “La ofrenda de la viuda pobre”. En este pasaje de La Biblia, Jesús, sentado frente a los cofres de las ofrendas, veía cómo la gente iba echando su dinero. Mientras que los ricos echaban mucho dinero, Jesús se fijó en una pobre viuda que apenas echó dos monedas de cobre de muy poco valor. Es entonces cuando llama a sus discípulos y les dice: “Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres; pues todos dan de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”.

Que yo ayude al “Malaguita” no tiene ningún mérito. Hago lo que tengo que hacer, lo que he leído en La Biblia, hago aquello en lo que creo. Sin embargo, no nos engañemos, soy un fariseo más, un hipócrita, un pecador. Soy uno de esos “ricos” del pasaje de la viuda que echan lo que les sobra, pero lo hago convencido de que el amor es lo más importante que hay en la vida, de que el amor vence siempre, como Cristo venció en la cruz y nos recordó el gran Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes chilenos allá por el año 87. El amor que Dios nos enseñó, el amor a ÉL, es el amor a los demás y, especialmente, a los menos favorecidos: al pobre, al necesitado. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”

Dar sin esperar nada a cambio. Dar porque Dios te lo ha dado todo y nada te pertenece. Dar porque, dando, eres feliz.

No hace mucho tiempo leía unas declaraciones del Papa Francisco en las que, tras recibir en audiencia a una serie de personas que contaban que siempre que veían a un pobre le daban dinero, éste les preguntó: ¿Cuándo le dais el dinero, le dais la mano también, tocáis vuestra mano con la suya?”

De nada sirve dar limosna si no damos amor, si no tocamos a ni aliviamos a quien lo necesite. El amor, como dice Benedicto XVI, es una luz que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da fuerza para vivir y actuar. El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo.

Algún día “El Malaguita” no estará donde acostumbra, pero nosotros ni nos daremos cuenta porque no mirábamos al pasar y no veíamos a nadie. Bueno, sí, veíamos una cifra, un pordiosero. “Estuve desnudo y me vestisteis… Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 36-40). Se llama caridad . Y la hemos olvidado.

A la vida hemos venido a veranear

Hoy el Time & Place está cerrado. Hace viento, frío y las mesas de mármol heladas aguardan desordenadas la llegada del próximo verano que las ordene y les dé calor. Hoy, tampoco estás tú. Ahora que estoy sin tus ojos y que tu voz ya no me acompaña, he venido a buscarte por las calles de Mojácar. Voy sólo, triste, sombra herida que pasa, como lamentaba en su poema Álvarez Ortega por las calles de Córdoba.

He venido a buscar tus ojos, esos que me irradian de luz, los mismos en los que cabe la definición del amor y he intentado oler tu perfume en el aire de esta destartalada mañana; he acariciado en la nada tu pelo. Sin embargo, esta mañana nublada sólo me han recibido las mesas de mármol frías del Time & Place. Son mesas crueles que me han saludado así: “Si heladas estamos nosotras, más helado está tu corazón sin ella”. “A la vida hemos venido a veranear”, eso he contestado yo. Y me he dado la vuelta.

Es duro, demasiado duro, vagar por estas calles sin ti huérfano de tus manos. Acaso el frío de esta mañana sólo se compensa con el recuerdo de tu sonrisa o con la dulce melodía de tu voz llamándome suavemente “Presi”. Se canta lo que se pierde, lo que no se tiene, lo que duele; lo demás es vivir.

Yo sé que estas calles no son siempre frías ni aburridas. Sé que en ellas no siempre hace viento ni el día que las ilumina es nublado como el de hoy. Son las mismas calles cálidas que yo he conocido paseando contigo en las que el viento me trasladaba el olor a jazmín mezclado con el de tu perfume. Qué difícil es morirse después de oler el perfume de tus manos en el cine. Cuánta razón lleva Luis Alberto de Cuenca.

Ahora que nos separa el frío del invierno, espera la llegada del verano. Como el niño que espera ansioso el agua del mar mientras camina hacia ella sintiendo cómo le abrasa la arena. Por que… a la vida hemos venido a veranear. A echarnos la siesta en la playa, a quemarnos al sol y a llenarnos de arena. A reírnos. A entusiasmarnos. A bañarnos y a llenarnos de sal. A atrevernos.  A besarnos.

Este invierno frío, triste y aburrido pasará y, después de la llegada de la primavera, yo volveré a ver tus ojos. Tu voz me llamará de nuevo y el olor de tu perfume se quedará atrapado en las mías. Entonces estará aquí el verano… Yo te llamaré y te diré: “Hoy el Time & Place está abierto. Te invito a cenar.”

Hace calor, huele a verano y las mesas de mármol heladas de este febrero te recibirán así: “Te estábamos esperando para cenar. Ese corazón, sin ti, estaba más frío que nosotras”.

Te sigo debiendo un poema. Tú, mi verano eterno frente al frío invierno. Si no te tengo, no soy nada. Dormir en tus brazos para siempre. Polvo serán, mas polvo enamorado.

– ¿Pedimos más champagne?

– Sólo si me escribes ese poema.

– Cristóbal, más champagne, por favor. A la vida hemos venido a veranear.

Gregorio Ordóñez, un mártir de nuestra libertad

El 23 de enero de 1995, un día como el de hoy, pero hace justo 28 años, el cielo gris y las gotas de agua que caían sobre la ciudad de San Sebastián parecían ya presagiar el terrible suceso que se iba a producir. La lluvia de la bella ciudad donostiarra de aquel día estaba formada por las lágrimas de tantos y tantos ciudadanos impactados por el asesinato de un hombre de tan sólo 36 años que luchó por la libertad con un gran arrojo sin dejarse amedrentar por la organización terrorista ETA.

Gregorio Ordóñez, nacido en Caracas el 21 de julio de 1958 debido al exilio de su familia a causa de la guerra civil, teniente de alcalde de San Sebastián, diputado en el Parlamento Vasco y presidente del PP de Guipúzcoa, se dirigió ese fatídico día a comer con dos de sus colaboradores —María San Gil y Enrique Villar— al bar “La Cepa”, situado en la Parte Vieja de San Sebastián. Un encapuchado de ETA entró en el bar y, tras encaminarse a la mesa en la que se encontraba el que iba a ser, según todos los sondeos, el próximo alcalde de la Bella Easo, se situó a su espalda y le disparó un tiro en la nuca. Una vez más ETA demostró lo único que ha sabido hacer siempre: asesinar vilmente e intentar instaurar el miedo en la sociedad española para conseguir su proyecto totalitario, nacionalista y excluyente.

Goyo’, como le llamaban cariñosamente sus familiares y amigos más cercanos, se involucró en política con tan sólo 24 años —concretamente en el año 81, y hay que recordar que los años 80 fueron durísimos con multitud de atentados, los “años de plomo”— porque creía firmemente en la libertad y quería vivir en paz y en libertad en su tierra: el País Vasco. Como él mismo dijo, se metió en política porque «yo soy una persona que durante años ha querido a su tierra y no pudo más, de ver tanto atentado, […] tanto fanatismo, de quienes disparan y de quienes apuntan, y llega un día y dices ‘basta ya’».

La muerte de Gregorio Ordóñez, y, sobre todo, su impagable labor en defensa de la libertad y la democracia frente al totalitarismo y la intolerancia han de ser el espejo en el que nos hemos de mirar las generaciones más jóvenes. ‘Goyo’ representó mejor que nadie que cuando uno cree en unos valores como la libertad y la igualdad y los defiende con valentía y honestidad, la política se convierte en el más noble arte para ayudar a los ciudadanos y transformar la sociedad.

Aquel 23 de enero murió Gregorio Ordóñez, pero nunca murió, ni morirá jamás, su recuerdo —y junto a él el recuerdo de las casi 900 víctimas de ETA—, su gran lección: la de un luchador incansable con arrojo, fuerza y tesón por la libertad y la dignidad del ser humano.  

En esa labor de recordar la vida y obra de este gran hombre, su viuda Ana Iríbar, su hijo —que tan sólo tenía 14 meses cuando asesinaron a su padre—, la Fundación que lleva su nombre y Consuelo Ordóñez, actual portavoz de COVITE y hermana de Gregorio Ordóñez, organizaron hace tres años una exposición con motivo del veinticinco aniversario de su muerte: «Gregorio Ordóñez. La vida posible».

Tras su paso por San Sebastián también se pudo ver en Madrid y en el Parlamento Europeo. Impresiona, de entre los muchos artículos de aquella exposición, ver el maletín donde se encontraba la cartera que llevaba Gregorio Ordóñez el mismo día de su asesinato, con una preciosa foto de su mujer y de su hijo pequeño. Me gustó especialmente el crucifijo metálico que tenía en su mesa de despacho y un viejo catecismo, así como una postal de San Francisco de Asís. También se exhibió la bala que dejaron los terroristas de ETA en su casillero de concejal del Ayuntamiento San Sebastián.

Cuando hoy los herederos de los ideólogos de ETA se sientan en el Congreso y pactan con el gobierno; cuando de forma impune se siguen haciendo homenajes a asesinos de ETA en las calles del País Vasco; cuando tras preguntarle a un joven de 20 años te contesta que no sabe ni ha oído hablar nunca de Gregorio Ordóñez, se hace más necesario que nunca avivar la memoria de la figura de este hombre valiente, comprometido y honesto.

«Goyo» es un ejemplo para millones de españoles por su lucha por la libertad. Millones de españoles que siempre le recordaremos porque nunca, absolutamente nunca, ni queremos ni permitiremos olvidar lo inolvidable. Cuántos como Gregorio Ordóñez necesitamos ahora, personas que, como él, se atrevan a defender sin complejos aquello en lo que creen; personas que sean ellos mismos y no lo que los demás quieran que sean. No hay peor cosa en la vida que engañarse a uno mismo, porque entonces te engañas a ti y a los demás también.

Gregorio Ordoñez es un mártir de nuestra libertad. Gracias por tanto, «Goyo».

Ahora, él pertenece a la eternidad.

Hay días y días…

Hay días y días. Están los días nublados. Te levantas, miras por la ventana y ahí lo tienes: ni un rayo de sol. Vuelves tu mirada a la cama y te dices: “parece que no era un mal sitio para seguir”. Luego escuchas una buena canción, lees un poema, te das una ducha después de hacer deporte y después de ponerte tu perfume preferido, diriges otra vez la mirada a las mismas nubes cuando, desafiante, les preguntas: «¿qué, ahora qué, dónde están las nubes?»

Los nublados no son siempre días iguales. Están esos en los que las nubes se dedican a aparecer y a desparecer mientras se cuela algún tímido rayo de sol. Parece que sí, parece que no; son nubes como la chica que te gusta, justo igual, un día parece que se queda contigo y el otro ni te conoce. Estos son días malos, pero no los peores. Pasajeros, como pasajera es también tu esperanza.

Los peores, los días nublados que no quieres, son aquellos que se instalan en tu corazón. Son nubes permanentes; aquí no hay momentos en que vienen y se van, no, se quedan el día entero. A veces son tan crueles que se quedan también el día siguiente, y el otro, y el otro… y así hasta semanas. Pasan las horas, los días, las semanas e, incluso los meses, pero las nubes siguen y tú no sigues, tú sencillamente eres una sombra triste y alargada. Acaso un reflejo de lo que fuiste. Acaso un fantasma y tu peor pesadilla. ¿Acaso eres?

Y, luego, claro, están esos días en los que el sol ilumina con tanta fuerza que parece que nunca se vaya a apagar. Son esos días en los que te sonríe la chica que te gusta. La misma que te lleva todo el día atontado y a la que tú también le haces tilín. Esos días, justo esos, te crees invencible. Te piensas inmortal. Aprovecha esos días. Invítala a comer, bésala y recítale algún poema al oído. Sin forzar nada, poco a poco, que vayan saliendo las nubes y entrando el sol. No le digas nada, mírala y que ella te sienta. El silencio es muy elocuente. Te crees como esos generales romanos que, tras obtener una victoria importante y desfilar por el centro de la ciudad, tenían pegados a esclavos públicos que les decían todo el tiempo: “recuerda que eres mortal”.

Tú, pedazo de tonto, eres mortal. Polvo eres y al polvo volverás. Sí, acuérdate de esto cuando te creas inmortal, tengas éxito y la vida te sonría. Porque llegará el momento en el que esa chica ya no te sonreirá, te dejará en visto y su perfume será el recuerdo de su mano en la tuya una fría y destartalada tarde de invierno. Así es la vida y no la he inventado yo, como dice la canción. Cuando el éxito sólo sea un nombre olvidado y las nubes se hayan convertido en tormenta, acuérdate de que tú nunca fuiste un Dios. Sólo un diablo.

La belleza salvará al mundo

Escribió Dostoyevski, en una frase archiconocida de su libro El idiota, que la belleza salvará al mundo. No seré yo quien contradiga al genial escritor ruso. La belleza me salva de este mundo. Me salva de tanta oscuridad. De tanta vileza.

Vivimos rodeados de belleza; la belleza nos persigue. La belleza nos atrapa. La belleza está ahí. Siempre hay una mujer, un cuadro, una película, una canción o un poema dispuestos a recordarnos qué es la belleza. Cuentan que Dostoyevski escribió El idiota tras quedar extasiado al contemplar uno de los cuadros que se exponen en el museo de Basilea: Cristo muerto, de Hans Holbein, pintado en 1522. Su segunda esposa, Anna Grigorievna, relata cómo el gran escritor estuvo plantado durante al menos 20 minutos delante del lienzo con su mirada fija en una imagen que muestra toda la crudeza y el sufrimiento que padeció Cristo. Tal era la expresión de horror de la cara de Fiódor Dostoyevski, que su mujer temió que su marido iba a sufrir, una vez más, un episodio de epilepsia.

Hay episodios que, por su belleza, nos dejan marcados para siempre. La felicidad es efímera, como efímero es el momento en que sentimos la belleza. Quizá en eso consista uno de los misterios de la vida: en saborear poco y algunas veces la belleza. Parece que todo estuviera hecho a propósito, como si la vida nos dijese: “no te acostumbres, disfruta de este momento ahora porque mañana puede que no existas”.

Vivimos obsesionados por el futuro. El futuro nos ahoga, cuando lo único cierto es que sólo tenemos un aquí y un ahora para ser felices. Un aquí y un ahora para la belleza.

Cuando contemplo la belleza de un patio de flores, cuando siento la inmensidad del mar con su belleza innata o cuando miro embelesado a una mujer bella –sí, tenía razón ese que dijo que Dios creó a la mujer y esa fue su obra más bella -, puedo afirmar con rotundidad que la belleza traspasa la epidermis y directamente se acomoda en mi alma. Siempre que vivo un momento así se me olvida toda mezquindad, toda hipocresía, toda mediocridad. Entonces sólo disfruto, me dejo llevar y nada me importa más que la belleza. En un mundo en el que la hipocresía somos nosotros; en un mundo en el que la mediocridad lleva nuestra firma, sólo nos queda un consuelo: admirar y sentir, viva y fielmente, la belleza que nos rodea.

Se puede morir de amor, como canta Pavarotti en la famosa ópera El elixir de amor. También se puede morir de belleza. Puestos a morir, yo elijo morir de amor y de belleza. Porque vivir sin amor y sin belleza, no es vivir.  Belleza, ¡ven siempre a mí y no me abandones jamás!

Nuestro Arlington español

En el cementerio de Arlington (Virginia, EE.UU.) están enterradas personas consideradas héroes para la sociedad norteamericana. La participación en la II Guerra Mundial, su lucha por la igualdad de derechos o la ocupación de la presidencia del país, constituyen algunos de los méritos para descansar eternamente entre su hierba. En muchas de sus tumbas existe, además, una antorcha de fuego -metáfora de la libertad- siempre encendida. Ocurre, por ejemplo, con la tumba de John F. Kennedy, visitada a diario por cientos de personas.

En nuestro país, no conozco ningún cementerio dedicado exclusivamente a la memoria de nuestros héroes. Sin emabargo, sí conozco la guerra de esquelas de nuestros periódicos sobre los dos bandos de la guerra civil, la división entre las propias víctimas del terrorismo o la apología del terrorismo que en el Parlamento Vasco hacen algunos grupos parlamentarios, por no hablar de la nauseabunda imagen que vemos en muchos pueblos del País Vasco con homenajes a los asesinos en una infamia a las víctimas sin precedentes en cualquier democracia liberal.

Aducirán algunos que en España no tenemos héroes que lucharon por la libertad como por ejemplo hicieron los soldados norteamericanos o ingleses en la II Guerra Mundial. Falso. Rotundamente falso. Si bien es cierto que España no participó en la II Guerra Mundial, no tenemos que remontarnos tan lejos para encontrar a grandes héroes que dieron todo por la libertad. Me refiero, por supuesto, al casi millar de víctimas asesinadas vilmente por la banda terrorista ETA.

Las víctimas del terrorismo representan lo mejor de nuestra sociedad: su lucha titánica e inquebrantable por la libertad y la dignidad es el espejo en el que deberíamos mirarnos a diario como un soplo de esperanza en estos tiempos en los que el relativismo impera ya casi apenas ya sin resistencia alguna.

En cuanto a las víctimas, unos, nos sonarán más, de muchos, ni siquiera sabremos sus nombres; pero lo que es seguro es que a todos les honraremos y reconoceremos por igual.

Hay atentados que uno recuerda a la perfección. Me referiré sólo a un par de ellos que definen sobremanera a unos asesinos de unos héroes. ¿Quién no se acuerda del asesinato de Miguel Ángel Blanco?

El día 10 de julio de 1997, Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua se dirigía trabajar. El trayecto que le separaba era el de pasar de la vida a la muerte. Subió a un tren -el de la vida- que nunca pudo volver a coger: una banda de asesinos le secuestró. ETA había decidido que Miguel Ángel Blanco sería un medio de presión para el gobierno de Aznar. Si se cumplía el chantaje de los asesinos -acercamiento de presos etarras a las cárceles del  País Vasco antes de las 16:00 horas del sábado 12 de julio- le dejarían en libertad. El Gobierno no claudicó y ETA lo asesinó. Como respuesta a tan cobarde y vil asesinato, la sociedad española, indignada no sólo con ETA sino también harta de la retórica de los fariseos nacionalistas con los terroristas –“Ellos mueven el árbol y nosotros recogemos las nueces” (Arzallus dixit)-, se manifestó por todas las ciudades de España proclamando un grito unánime -¡Basta Ya!- en defensa de la libertad, naciendo así el Espíritu de Ermua.

Aquel día, la sociedad española salió sin miedo a la calle exigiendo libertad y clamando justicia.

Aquel día, por primera vez en España hubo gente que se despojó del miedo y del silencio y se vistió de valor y honor.

Aquel día, había muerto Miguel Ángel Blanco pero había nacido un gran héroe para España.

En paralelo al asesinato de Miguel Ángel Blanco existe una imagen que nunca se podrá borrar de mi mente. Se trata del cuerpo yacente del periodista José Luis López de Lacalle. Un sábado 7 de mayo de 2001, como cada fin de semana, López de Lacalle salió de su casa de Andoaín  para tomar café en un bar cercano. Cuando regresaba a su domicilio, un asesino de ETA le disparó dos veces en el pecho y cuando ya estaba en el suelo  le remató con dos tiros en la nuca. La imagen -el cuerpo sin vida de López de Lacalle tendido en el suelo junto a sus ocho periódicos diferentes que había comprado y un paraguas- es el fiel reflejo de cómo ETA asesina por pensar, por leer, por ser tolerante, por, en definitiva, defender la libertad. Sangre derramada por quien quiere vivir en paz, en libertad y en su tierra: el País Vasco. Siempre habrá una pluma dispuesta a denunciar la frivolidad con la que algunos olvidan que representan a la nación española.

No sé si habría que encender una antorcha de fuego a todos los asesinados por ETA o construir un cementerio dedicado exclusivamente a su memoria. Lo que sí sé es que siempre les recordaremos y ellos serán el motivo y la causa para no rendirnos nunca en nuestra batalla por recordar a tantos compatriotas cuya sangre no puede ser olvidada y mucho menos mancillada por los asesinos y los cómplices de los asesinos.

La antorcha encendida de la libertad ha pasado a nuestras manos. Nosotros, y sólo nosotros, somos responsables de preservar inmaculada y transmitir esa misma antorcha a las nuevas generaciones. No podemos vacilar en esta tarea ni un sólo instante. Si cumplimos con nuestro deber, siempre podrán decir que esta- parafraseando a Churchill- fue nuestra hora más gloriosa. De lo contrario no sólo no habremos cumplido con nuestro cometido sino que, además, habremos escrito una de las páginas más tristes de nuestra historia. Páginas, no lo olviden, que llevarán nuestros nombres y apellidos. Yo no estoy dispuesto a ello y espero que ustedes tampoco. Nosotros, y sólo nosotros, somos los responsables de que esa llama de fuego permanezca viva eternamente.